Pueblo Chico: infierno grande (3ra Parte)

Previamente en Pueblo Chico: infierno grande…

Parte dos: La voluntad de Dios 

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Parte tres: Primera sangre

I

Martín Barrera  se alejó cojeando de la plaza haciendo caso omiso de las miradas de los presentes, miradas acusadoras, miradas temerosas, miradas piadosas. Iba balbuceando cosas incomprensibles, enlazaba en la misma oración las repercuciones por el aumento de la carne, lor problemas socio-económicos de Burkina Faso en 1.972 y el porque Rolando Rivas era mejor taxista que cualquier remisero de Pueblo Chico.

«No te gustó nada que la mocosa pregunte por él, ¿no?»
«No sé de qué hablas.»
«Ah, ¿no? Y me vas a decir que la pierna accidentalmente  hizo que ella se tropezara, ¿cierto?»
«Por supuesto. Sabes que no la controlo muy bien.»
«¿Y qué fue lo que te impidió sostenerla para que no cayera? ¿No la llevabas de la mano acaso? ¿O tampoco controlás bien tu mano?»
«Intentas confundirme. Como siempre. Yo nunca le haría daño a alguien.»
«Jajaja. Ya te olvidaste del accidente, ¿no? ¿Necesitás que te recuerde como fueron las cosas?»


II
Lautaro Villegas ha estado rondando a Jenifer, si por rondar se entiende seguirla, mirarla, hacerse notar en su presencia y espantar a cualquier hombre que se le acerque. Si hay algo de lo que Jenifer entiende es de hombres y sabe que Lautaro es uno de los malos. Es un hombre que está lleno de perversidad y mentiras, y que si se acerca lo suficiente esa maldad la arrastrará a un abismo profudo. En otro tiempo Jenifer era desafiante, descarada, fuerte y hermosa. Se habría divertido haciendo frente a Lautaro, y venciendo o largandose en el momento oportuno. Pero ya no es ninguna chiquilla y la vida la ha tumbado unas cuantas veces. Además tiene que pensar en sus hijos, que son para ella lo primero: por ellos limpia mierda de señoritos cada día. Así que lo evita, con la esperanza de que pierda su interés o que otra más joven se cruce en su camino.
Los domingos era el día preferido de Jenifer. No sólo no tenía que trabajar para nadie, sino que era el único día que en que podía estar todo el tiempo junto a sus tres hijos. Las gemelas Camila y Constanza ya tenían 11 años y el pequeño Brian 9. Los tres nacieron en la época en la que ejercía la prostitución por lo que nunca supo quienes eran sus padres, y a pesar de que muchas de sus colegas consideraban el tener hijos como un error o una maldición, para Jenifer do Santos sus hijos eran la razón de su existir. Fue por ellos que abandonó su antigua profesión y empezó a llevar una vida «normal».

Todavía se le dibuja una sonrisa en la cara cuando recuerda aquellas épocas. Llegó a Pueblo Chico dieciseis años atrás, siendo una joven hermosa de 27 años y sin hablar nada de español. Pero el show erótico que realizaba no sabía de idiomas, y en seguida se convirtió en todo un suceso.  Los hombres se agolpaban en los cabarets donde ella se presentaba una vez por semana, y el dinero que hacía cada noche lo contaba de a miles. Y de la misma manera que aumentaban sus arcas, aumentaban las ofertas que le hacían los hombres de Pueblo Chico para tener sexo con ella. Las primeras semanas le ofrecían lo mismo que a las demás chicas, pero enseguida las ofertas treparon a tal punto que le ofrecían joyas, autos… casas, sólo por pasar una noche con ella. Pero Jenifer nunca aceptó ninguna de estas ofertas; sabía que su éxito se basaba en que ella era un objeto inalcanzable por todos, y en el momento que alguien mordiese del fruto prohibido, la ilusión que mantenían todos por ser el primero desaparecería, y con ella su éxito también.
Pero con los años su show dejó de llamar la atención, y aunque todavía lo hacía a sala llena, sólo hacía una presentación al mes y sus ganancias eran sustancialmente menores a sus inicios. Consideró marcharse de Pueblo Chico y llevar su show a otro lado, pero ya no se sentía tan joven y además había hecho amistades en el pueblo. Sus amigas le insistían para que ejerciese la profesión como ellas, que todavía había muchos hombres interesados en ella en Pueblo Chico, y después de meditarlo unos meses, se decidió.
Y sus amigas no se equivocaban. El rumor de que Jenifer finalmente cedería a los bajos instintos de los hombres de Pueblo Chico corrió agua en una inundación, y en su siguiente función la sala estaba como en los primeros tiempos. Al terminar su show las ofertas empezaron a lloverle y se sintió como un animal que estaba siendo subastado para luego ser llevado al matadero y disponer de su carne; al fin y al cabo a todos los presentes sólo le interesaba eso: comer de la carne de Jenifer do Santos.
Al final de la noche una decena de hombres habían pasado por el lecho de Jenifer, y ella pensó que después de todo no estuvo tan mal. Incluso llegó a disfrutar de uno: el Petizo´Anrique, al que todos llamban «caquero» cuando no estaba presente, estuvo bastante bien. Siguió así durante todo el mes, brindando un show a la semana y acostándose después con no más de diez tipos. Pero al finalizar el mes, cuando acudió al hospital a hacerse la revisación obligatoria y el análisis de HIV, se encontró con la desagradable sorpresa de que llevaba un mes de embarazo.
Esta situación hizo que dos meses después deba abandonar la profesión, pero cuando dio a luz a las gemelas se dio cuenta de que no podría mantenerlas y volvió al ruedo, con tanta mala leche que tres meses después volvió a quedar embarazada, por lo que a partir de ahí sólo se dedico al sexo oral. Dos años después abandonó totalmente la prostitución y su show; las gemelas ya empezaban a hacer preguntas y Jenifer quería evitarles el que quedaran marcadas por su culpa. Después de pelearla mucho tiempo consiguió trabajo como empleada doméstica y se dedicó a eso desde entonces.

Jenifer miraba a sus hijos divertirse en los juegos de la plaza y gozaba de placer. De repente una mano asomó por detrás suyo espantando una mosca que se le había posado en el hombro. Cuando miró a quién pertenecía se le heló la sangre.

-Jenifer, tenemos que hablar.

Lautaro Villegas finalmente hizo contacto con ella y en sus ojos se veía que no iba a aceptar un NO como respuesta.

III
Martín Barrera había pasado una noche  de juerga con sus amigos, una noche que llevaba más de 36 horas, una noche que empezó el viernes anterior por la tarde cuando Martín llegó a Pueblo Chico desde Ciudad Grande, donde cursaba la carrera de abogacía y trabajaba junto al intendente de la ciudad como su asesor personal, una noche que terminó trágicamente ese domingo a la mañana con un accidente que costó la vida de cuatro personas.
Martín por ese entonces tenía 21 años. Provenía de una familia que siempre se había dedicado a la política, y todos opinaban que él sería el primer Barrera en llegar a la gobernación. Martín sabía todo esto y se había propuesto ser intendente de Pueblo Chico antes de los 40 años; su apellido era respetado en el pueblo, contaría con más de veinte años de experiencia dentro de la política y sobre todo, contaba con el apoyo de todo el cuerpo político del mayor partido de la región.
Martín había llegado ese viernes a Puebño Chico y enseguida telefoneó a sus amigos para reunirse con ellos. La joda comenzó esa misma noche en su casa, donde comieron una picada con cervezas y después pasaron a las cartas con fernét y wisky, todo bien condimentado con habanos, porros y mucha y buena cocaína. Para el sábado a la noche ya estaban totalmente puestos, pero se resignaban a parar. Decidieron ir a ver el show erótico de una negra llamada Jenifer, que aunque ya había pasado su época, todavía daba que hablar entre los jóvenes de Pueblo Chico.
Durante el show, Martín Barrera y sus amigos no daban crédito a lo que veían sus ojos. Ya lo habían visto en ocaciones anteriores, pero no dejaba de ser algo increíble. La negra no sólo estaba buena, sino que además se movía como gata, y el acto de cierre, donde se introducía una botella de cerveza hasta el fondo dentro suyo, y después de masturbarse un rato con ella la dejaba salir nuevamente, era impresionante.
Martín y sus amigos quedaron muy exitados después del show de Jenifer, y cuando la vieron salir de nuevo a la sala, le ofrecieron una buena cantidad de dinero para que pasara la noche con ellos. Jenifer les explicó que sólo practicaba sexo oral, pero que no tenía incovenientes en hacércelo a todos a la vez. Luego de meditarlo un rato, aceptaron el ofrecimiento, aunque pasarían de a uno por vez.
Después de que el último de ellos pasó por las manos y boca de Jenifer, los cinco se fueron a terminar la noche tomando licor y fumando unos porros a orillas del río, y de paso tirarse la poaca coca que les quedaba. Estuvieron tomando y fumando hasta entrada la mañana, y cuando el sol les empezó a quemar los ojos, pegaron la vuelta. Para cuando llegaron a Pueblo Chico, Martín llevaba su BMW a más de 170 Km. por hora. Unos cien metros delante de él, un VW Gol blanco entró a la ruta y tomó el mismo carril que él llevaba. Martín se abrió a la izquierda sin disminuir la velocidad para pasar el vehículo sin notar que por la vía contraria venía una Ford roja. El conductor de la camioneta, al ver venir el BMW de Martín a toda velocidad, se salió de la ruta y se tiró a la banquina para evitar la colisión. Pero Martín, que no estaba muy rápido de reflejos, intentó evitar el choque tirando el auto para el mismo lado. Para cuando notó que la camioneta también se había arrojado a la banquina e intentó enderezar el auto y volver a la ruta, ya era tarde; Martín Barrera chocó con la parte trasera de BMW el frente de la Ford a más de 150 Km. por hora. El choque hizo que el auto de Martín saliera dando tumbos sobre la ruta, donde fue chocado nuevamente por el Gol que había intentado pasar y que no pudo evitar el nuevo choque.
El saldo del accidente fue terrible. El conductor de la camioneta Ford, un joven de la edad de Martín y sus amigos, sólo recibió un fuerte golpe en la cabeza y no necesitó ser hospitalizado. El hombre que manejaba el Gol blanco se fracturó una pierna y una mano, y fue llevado de inmediato al sanatorio de Pueblo Chico para recibir la atención médica correspondiente. Pero los ocupantes del BMW se llevaron la peor parte.  Los cuatro acompañantes de Martín murieron en el acto y éste sobrevivió de milagro: sufrió 36 fracturas en distintas partes de su cuerpo, múltiples hematomas internos, se le perforaron ambos pulmones y tuvo pérdida de masa encefálica. Pasó tres años hospitalizado, tiempo en el cual prácticamente lo recostruyeron y en el pueblo lo dieron por muerto también.
Cuando reapareció en Pueblo Chico, Martín Barrera ya no era el mismo. Aunque los médicos que lo trataron hicieron un trabajo brillante en la parte estética (tan sólo le quedó como secuela una pierna coja), nada puedieron hacer por reestablecer la mente fracturada del joven.  Martín pasó de ser la joven promesa de la familia Barrera a ser tan sólo el loco de Pueblo Chico. Ahora habla solo, dice incongruencias, y a pesar de la legión de psicólogos  y psiquiatras que lo trataron, es imposible intentar mantener una conversación con él por más de media hora.
Pero lo pero de todo es que el pueblo entero acusa (y con justa causa) a Martín por la muerte de los cuatro jóvenes, y nada puedieron hacer los abogados de la familia Barrera para limpiar su nombre. Esto tiró por tierra los deseos de la familia de que un Barrera llegara a la gobernación, y acabó con la carrera política de la familia.

V
Jenifer do Santos y Lautaro Villegas se sentaron en una mesa del bar frente a la plaza, desde donde ella pueda ver a sus hijos jugar en la plaza.  En un principo negó la invitación de Lautaro de tomar algo, pero al fin se decidió por una gaseosa: se le hacía que iba a necesitar de algo para pasar el mal trago más adelante.

-Jenifer, ¿sabe qué estoy perdídamente enamorado de Usted?
-Ay, niño. Debes estar seguro confundido.
-Pero no. Créame. Desde que la vi la primera vez que no puedo dejar de pensar en Usted y sólo deseo tenerla entre mis brazos.
-Mira, niño.
-No me llame «niño»; ya soy grande para eso.
-Pero ser un niño para mí. Ya haber visto muchas veces antes esa obseción en los hombres y ya cometer anter error. Por favor, dejarme tranquila. Ya no quiero dejarme arrastrar por los hombres otra vez.
-Sé de su pasado, Jenifer, y no me interesa. Eso fue antes y esto es ahora. Cásese conmigo y deshágase de la carga que le provoca. ¿Cree que no he oido lo que dicen de Usted en el pueblo? «Esa fue la puta más grande y codiciada de toda la historia de Pueblo Chico.» Pues ya no tiene que ser así. Si se casa conmigo pasará a ser una mujer respetada, ya no la señalarán por la calle y sobre todo no tendrá que limpiar más mierda de otros para vivir.
-Pero como decir tonterías, niño. ¿No saber qué tengo tres hijos en que pensar y…
-¡Pues nos desharemos de ellos y tendremos los nuestros propios!
-¡¿Qué decir?!
-Sí. Piénselo. Hijos nacidos de un matrimonio formado antes las leyes del hombre y de Dios. Hijos a quienes no le digan en la calle «hijo de puta» con justa razón.
-Yo no permitiré que vos trates así a hijos mios. Ya no tener nada más que hablar con vos. Dejarme tranquila o llamaré a policía.

Jenifer se puso de pie dispuesta a marcharse, pero una mosca vino y se posó en su cabellera, hecho que no pasó inadvertido por Lautaro, que sintió nuevamente nacer dentro suyo esa mezcla de furia y celos que le provocaba esa situación.

-¡Me niegas a causa de ellas, ¿no?!
-Pero qué decir, niño.
-¿Creés qué no las he visto posarse en tu cuerpo, acariciar tu piel, bebe de tu transpiración? Ellas ya se robaron mi vida una vez; no dejaré que también se lleven a mi amor.
-¿Pero de qué hablar vos? ¿Cuáles ellas? ¿Estar hablando de mis hijas?
-No. Tu hijas no. ¡Estas!

Y Lautaro manoteó una de las rastas de Jenifer donde estaba posada la mosca y tiró de ella. Jenifer gritó del susto y el dolor que le causó el tirón. Lautaro al ver que dañaba a su amada le soltó el pelo y quiso acercársele para pedir perdón, pero unos fuertes brazos lo tomaron de la cintura y se lo impidieron, arrojándolo sobre la silla de la que se acababa de levantar.

-¿Qué mierda hacés, boludo? ¿Te lastimó, Jenny?
-Gracias, Enrique. No, sólo me asuste.
-¿Vos? ¿Qué hacés acá? No te metás más en mi vida. Esta es una conversación entre Jenifer y yo.
-Mirá, boludo. Rajá a la mierda de acá si no querés que te cague a trompadas.
-No, Enrique. No pelees, por favor. Sólo dejar que se vaya y quédate conmigo.
-¿Qué? ¿Preferís al caquero este qué a mí? Qué futuro puede darte más que seguir limpiando mierda toda tu vida.
-Ahora si te mato, pelotudo.
-No, amor, dejarlo. No valer la pena.
-¿Amor? ¿Lo llamaste «amor»?
-¿Y a vos qué mierda te importa cómo me llamó?
-Por favor, Enrique, tranquilizarte. Sí. Así fue, niño. Siempre haber atracción entre Enrique y yo, además de tener los dos una sospecha: que las gemelas ser hijas de Enrique. Él haber aceptado hacerce análisis de ADN y de dar positivo darles su apellido.
-Y si no soy su padre igual se los voy a dar. A ellas y al pequeño Brian, además de casarme con vos. No quiero llegar a viejo solo y sin familia.
-Así que si entender situación, dejarnos solos y marcharte. No molestarnos más, por favor. Y no hacer más daño a vos, eres joven aún. Ya encontrar niña a quien amar.

Lautaro Villegas no daba crédito de lo que oía. Pero ahí estaban los dos abrazados y queriéndose. No podía negar lo que veía con sus ojos: Enrique Sosa era el culpable de que Jenifer no lo aceptase a él. Otra vez el caquero arruinando su vida. Sin decir una palabra se levantó y salió del bar; la furia que sentía dentro suyo le impedía hablar. Éste era el detonante que muy dentro suyo estaba esperando; ahora sí tenía una razón para terminar con la vida  de Enrique Sosa. Se alejó sonriendo del bar; el caquero moriría, Jenifer sería suya y hoy sí, el record de moscas caería.

V
Martín Barrera terminó de bañarse por cuarta vez e el día (por lo general lo hacía cinco o seis veces diarias) y se vistió con ropas limpias. Para esa ocación eligió una camisa color naranja, pantalones negros, zapatos blancos y un chaleco a cuadros celestes y verdes. Desde que se recuperó del accidente Martín adquirió dos manías: los colores estrafalarios de su vestimenta y la limpieza tanto de su habitación como su aseo personal.  No solo se bañaba cinco o seis veces diarias, sino que se pasaba casi una hora dentro del baño cada vez, poniéndose cientos de cremas limpiadoras para eliminar cualquier resquicio de mugre en su piel. Además su haitación debía ser limpiada tres veces por día y las sábanas cambiadas cada vez que él se levantaba de dormir, aunque sólo hubiera hechado una siestita corta. Para estas tareas sus padres habían contratado tres mujeres que se turnaban para atender a Martín.
Cuando terminó de vestirse guardó las prendas que no utilizó y las cremas y perfumes que se ponía después de cada baño en su armario y le hechó llave. Ésta era otra manía que tenía pero de la que no hablaba con nadie.

«Otra vez con es manía tuya de guardar tus cosas bajo llave.»
«Ya te he dicho que lo hago para que no se lleven mis cosas los espíritus malignos que rondan esta casa.»
«El único maligno que ronda esta casa sos vos.»
«Te he dicho que no me llames así.»
«Pues es lo que sos; maligno. Maligno y maricón. »
«Tampoco soy maricón.»
«¿Ah, no? Entonces por qué hiciste lo de recién en el baño pensando en tu amado Lautaro.»
«Yo no amo a Lautaro. Es sólo… que lo deseo. Lo quiero para mí y sólo para mí.»
«A menos que lo encerrés en algun lado nunca lo vas a poder tener.»
«Encerrarlo… no se me había ocurrido eso. Encerrarlo donde sólo yo pueda tenerlo. Y conozco el lugar presciso para ello: la casillaque está en la parte trasera de la casa. NUnca nadie va por allí.»
«Pero una persona no entra ahí.»
«Entera.»

La obseción de Martín por Lautaro nació en el primer momento que lo vio. Su frágil mente no recordaba dónde ni cuándo fue, pero a regresar a su casa sintió un deseo terrible por masturbarse, si así se podía llamar a lo que en realidad hacía Martín en el baño, ya que desde que sufrió el accidente y debido a un fierro que se le clavó en la entrepierna y se llevó con sigo sus genitales, nunca más pudo tener una erección a pesar del implante que le pusieron en el lugar. Para tal fin, Martín usaba el estuche de su cepillo de dientes y lo…
Volviendo a la obseción que tenía por Lautaro Villegas, no era algo nuevo para Martín Barrera. Ya antes se había fijado en hombres y le había pagado a algunos para que tuvieran sexo con él. Pero la obseción por Lautaro era mucho más que deseos de sexo; Martín se imaginaba siendo Lautaro Villegas, moviéndose como Lautaro Villegas… estando bajo la piel de Lautaro Villegas. Y una vez que lo tuviera encerrado en la casilla del fondo haría realidad este último deseo suyo.
Martín bajó hasta la cocina y sin que nadie lo viera tomó un cuchillo y lo escondió bajo sus ropas. Luego salió a la calle y tomó rumbo al norte, hacia el rio y la zona de chacras. Hacia la casa de Lautaro.

VI
Lautaro Villegas iba ciego de ira. Sus piernas lo llevaban de manera automátizada a su casa, ya que en su cabeza sólo visualizaba las maneras de terminar con la vida de Enrique Sosa y la cantidad de moscas que mataría al llegar a su casa.

VII
Martín Barrera observaba la casilla dónde vivía Lautaro y la soledad que la rodeaba. Perfecto. Se escondería y esperaría a que llegase y luego atacaría por sorpresa. Sólo tendría una oportunidad; su pierna coja no le dejaría enmendar cualquier error que cometiese. Si tan sólo el lugar estuviese un poco más limpio.

VIII
María Hidalgo ya no aguantaba más la espera. Necesitaba encontrarse con Lautaro y poner en marcha enseguida el plan que Dios puso en sus manos. Se sacó esas malditas sandalias y se puso unas muy bien atadas zapatillas deportivas. Después salió rumbo a la casa de Lautaro Villegas.

IX
-Gracias, Enrique. Disculpa por meter a vos por esto.
-No te hagás drama, Jenny. Lo haría de nuevo con tal de ver otra vez la cara del boludo ese. ¿Viste cómo se le desfiguró cuando me llamaste «amor»? Además, para qué están los amigos si no.
-En el fondo darme lástima el niño ese, pero no saber cómo sacármelo de encima mio.
-Vas a ver que no te jode más, che. Y si aparece de nuevo llamame que lo cago a trompadas.
-Jaja. No creo que hacer falta. Gracias de nuevo, Enrique. Voy a mirar a los niños. Chau.
-Chau, Jenny.

X
Lautaro estaba tan ensimismado en sus pensamientos cuando llegó a su casa que pasó al lado de Martín Barrera sin siquiera notarlo. Éste, a su vez, aburrido de la espera, se había puesto a hablar solo sobre cosas tan dispares como la diferencia horaria entre Pueblo Chico y 163 ciudades de distintas partes del mundo, recitar correctamente los primeros treinta y dos decimales de Pi y la forma de preparar una buena tortilla de espinaca, todo en una sola oración, y no vio a Lautaro llegar y meterse en su casa.
Así fue que Martín Barrera desperdició su única oportunidad de matar a Lautaro Villegas y éste salvó de momento su vida.

XI
«Bueno, ¿nos vamos ya?»
«No hasta que no me vaya con lo que vine a buscar.»
«Pero si Lautaro hace ya veinte minutos que está dentro en su casa.»
«Cómo puede ser, si estuve todo el tiempo atento a su llegada.»
«No estuviste ni cinco minutos prestando atencón. Así que… ¿nos vamos ya?»
«Nunca. Si tengo que luchar contra él para llevármelo, lucharé.»
«Hacé como quieras.»
«Lautaro va a ser mio, mio, mio. Y yo voy a ser él, él, él.»

Ese fue el último pensamiento de Martín Barrera.

XII
María Hidalgo corrió todo el camino desde su casa hasta la de Lautaro, y cuando por fin divisó la casilla unos cien metros adelante estaba realmente exhausta, por lo que se permitió detenerse unos segundos para tomar aire y después siguió el resto del camino a paso a rápido. Cuando dobló la esquina de la casilla vio a alguien que salía de atrás de una pila de troncos y se dirigía hacia la puerta de la casa. Como le daba la espalda no reconoció enseguida al extraño, pero cuando se puso de pie y vio su altura y la camisa naranja que llevaba, se dio cuenta enseguida de que era el loco de los Barrera. «¿Qué estará haciendo acá?», llegó a pensar, pero entonces vio el cuchillo que sacaba por debajo del chaleco, y y todo tomó una nueva dimensión para ella. Lo que había ocurrido unas horas atrás en la plaza no había sido accidente; Martín Barrera, y como no pudo con ella, ahora venía por Lautaro, la otra pieza de la máquina que Dios había puesto en movimiento. Era claro para María que fue el Diablo el que salvó a Martín Barrera de ese accidente, y ella como instrumento de la voluntad de Dios, debía acabar con los esbirros del demonio. Eso era lo que le encomendó el Señor hacer, y eso es lo que ella haría.
María tomó un tronco de gran tamaño, se acercó por detrás a Martín Barrera y descargó con todas sus fuerzas un golpe en su espalda haciéndolo caer al suelo. Antes de que éste se recupere, María volvió a tomar el tronco y lo golpeó en la cabeza. Después agarró el cuchillo que Martín dejó caer y se dispuso a terminar su trabajo.

XIII
Lautaro contemplaba en el piso de su casilla las seis hileras de moscas que había completado hasta el momento. Cada vez que mataba una, repetía el nombre de Enrique Sosa e imaginaba una forma distinta de terminar con su vida. «Tres más» pensó. «Sólo tres más y voy en busca del caquero.»
Ya tenía medida su víctima número treinta y uno cuando una serie de golpes que venían de afuera lo distrajeron y salvaron la vida del pobre insecto. Lautaro abrió la puerta y lo que vió lo hizo gritar de miedo y caerse de culo en el piso. A cinco metros de la puerta una mujer bañada en sangre descargaba una y otra vez un cuchillo sobre la espalda de un hombre. Al verlo, la mujer, con una sonrisa salpicada de manchas rojas, y sin dejar de clavar el cuchillo en el cuerpo, le dijo:

-Mira, amor. Estoy haciendo el trabajo que el Señor me encomendó.

Al escuchar sus palabras, Lautaro reconoció a la pegajosa de María Hidalgo y el miedo se hizo aún mayor. La mocosa lo seguía a todos lados, se había vuelto una carga insoportable para él y juró sacársela de encima, pero estaba más loca y era más peligrosa de lo que él jamás se hubiera imaginado. ¿Y si ahora iba tras él? Cuando la vio dejar de apuñalar el cuerpo y venir hacia él, Lautaro se meó encima.

-¡Por favor, no me mates!- gritó Lautaro al verla atravesar el umbral de la puerta con el cuchillo en alto. Estaba llorando.
-No llores, amor. ¿Cómo puedes pensar que voy a hacerte daño?
-Es que… ese hombre… lo que hiciste…
-Pero esa era la voluntad de Dios. El trabajo que Él nos dio a vos y a mí.

Al ver que María dejaba el cuchillo en el suelo Lautaro se tranquilizó. Al parecer ella no quería hacerle daño, pero tampoco podía arriesgarse a un súbito cambio de humor. Debía pensar en algo… y rápido. Agarrar el cuchillo y defenderse. No; tendría que pasar sobre ella y no creía se capaz por el miedo que tenía. Salir corriendo por la puerta y huir. Tampoco; podría tropezarse y ella se le abalanzaría encima. Y además estabe el cuerpo. El muerto.No sólo tendría que deshacerse de la loca sino también del cadáver. En qué lios lo había metido la mina esta.  Lo mejor por ahora sería seguirle el juego y esperar una oportunidad.
Lautaro se enderezó muy lentamente, haciendo acopio de todo el valor que creía tener le tomó una de sus manos entre las suyas y le dijo:

-Claro, amor. ¿Qué más te dijo el señor que debíamos hacer?

XIV
Dos horas más tarde, Lautaro seguía sin encontrar la forma de salirse del problema. Pero mientras tanto jugó lo mejor que pudo el juego de María. Para empezar, la convenció de que había que eliminar todo rastro del asesinato («Fue la mano de Dios y yo su instrumento», lo corrigió María). Después de que la hizo limpiar el cuerpo y la sangre de Martín Barrera (y de paso su casa también), se lo hizo arrastrar hasta el antiguo pozo ciego en el que cayó de niño. Ese era el lugar adecuado para desaparecer el cadáver, y Lautaro esperaba también deshacerse ahí de la loca de María. Él esperaba que cansándola (la hizo hacer todo sin ayudarla nunca, alegando que un enviado de Dios no debía hacer esos trabajos mundanos) podría aprovechar para tirarla a ella dentro del pozo también, pero parecía que la energía de la mocosa no se terminaban nunca y Lautaro todavía le tenía miedo como para atacarla diréctamente.
Fue ella la que finálmente le dio un motivo para enfrentarla, cuando le dijo que ya podían ir tras su próxima víctima.

-¿Otra víctima? ¿Todavía querés matar a alguien más?
-¡Sí! Así el Señor me lo dijo. Tenemos que ir por esa negra puta y hacerla pagar por su vida pecaminosa.
-¿Negra puta? ¿De quién estás hablando?
-De la negra esa que usa rastas hasta la cintura.
-¿Jenifer? ¿Querés matar a Jenifer?  Si le tocás un solo pelo te juro que yo te mato a vos.
-¿Pero por qué me hablás así, amor? Si esa es la tarea que Dios nos dio. Para eso es que Él te envió.
-¡Mirá loca de mierda! No hay ninguna tarea que Dios ni nadie nos haya dado. Y yo no soy enviado por nadie.  No se qué mierda te pasa a vos pero ni siquiera intentes acercarte a Jenifer porque te juro que te mato.
-Pero, amor, yo lo vi en mis visiones. Dios…
-Dios una mierda. Yo no soy tu amor, entendelo. Yo amo a Jenifer… y a vos te odio.  Te odio desde la primera vez que me seguiste.
-Pero mis visiones…
-¿Qué visiones? Estás loca, pendeja. Más loca que una cabra. Habrás tenido un sueño o qué se yo. Acá la única voluntad que hay es la mia de casarme con Jenifer do Santos y de matar a todo el que quiera impedirmelo. Y eso va por vos, así que mejor que desaparezcas si no querés terminar el el pozo junto al tipo éste.

María no podía entender las palabras de Lautaro. ¿Qué amaba a la prostituta y no a ella? ¿Y qué la mataría si intentaba acercársele? Pero la visión que tuvo era tan clara: la negra yacía muerta en los brazos de Lautaro. ¿Y si se equivocó y la malinterpretó? ¿Si en realidad Lautaro lo que hacía era llorar a la negra? No podía ser. Tal vez el tenía razón y estaba loca. ¡Y había matado a alquien! «No matarás» dice uno de los mandamientos, y ella lo había hecho. De repente comprendió de que nunca podría obtener la redención que ella quería. El río. El rió estaba a menos de cincuenta metros de allí. María miró al cielo y gritó: «¡Perdóname Señor por no saber comprender tu mensaje!» y salió corriendo hacia allá.

Martín la vio corriendo hacia el río y pensó: «La loca se va a tirar», por lo que salió corriendo tras ella, pero no para evitarlo, sino para asegurarse de que así lo haga. Así cerraría todo. María mató a un tipo y después se suicidó.  Cuando la vio saltar hacia el agua y desaparecer de su vista, Lautaro sonrió. Llegó unos segundos después a la orilla y miró hacia abajo. No había rastros del cuerpo de María, salvo por una zapatilla en las piedras de más abajo. El rio iba muy crecido en esa época del año  y la corriente debió de haberla hundido y llevado lejos  de ahí. Con suerte tardarían varios días en encontarla, los suficientes para que él mate al caquero y se lleve a Jenifer lejos de Pueblo Chico.

Pero para eso habrá que esperar todavía.

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De próxima aparición
Parte cuatro: Infierno en Pueblo Chico
Una nube de celos y sangre se cierne sobre Pueblo Chico.
¿Quién sobrevivirá a la matanza que se avecina?

Published in: on 27 May 2007 at 18:50  Comments (14)  

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14 comentariosDeja un comentario

  1. Bueno, finalmente la 3ra parte de la saga de Pueblo Chico está terminada. Se me hizo muy larga, pero pasa que hablar de 5 personajes es realmente complicado.

    Para el final van a tener que esperar un tiempo todavía. Tengo varias ideas en la cabeza y esta maldita historia me lleva mucho tiempo. Voy a ver si empiezo a subir varios cuentos cortos que tengo en la cabeza antes de empezar a escribir el final de éste.

    Y de paso corto con los videos, que ya me están cansando un poco también.

    Bue, espero los comentarios. Y como siempre, tiren sus piedras a ver quién adivina el final.

    sevemos

  2. UFFFFF! Qué pesadito se está poniendo esto! Me quedo pensando Poio ….. despues trato de arriesgar alguna idea ….
    besos
    Luna

  3. groso
    nada más

  4. yo, me voy de este pueblo a uno mas grande… para tener un infierno mas chico ;)

    besos electricos

    vuelvo… no me pierdo la matanza…

  5. Lunis: y esperá al final!!! pero no pienses demasiado. no vale la pena.

    Negro: sabés que no podés esperar menos de mí :P

    electrokiss: entonces suerte con tu nuevo infierno.

    sevemos

  6. Lo de «una decena de hombres pasaron por su lecho en una sola noche» me ha dejado transtornada, qué horror :(

    Por cierto, que se me ha ocurrido que quizá sería buena idea si nos cambiamos los respectivos problemas a ver que tal sale la prueba: durante 24 horas, tú cargas con el problema Tam, tú serás Tam y yo Poio.

    ¿Qué me dices?

  7. No he dado una con mi intento de adivinar quién moría primero, pero para mí que María no está muerta.
    Hay que ver con Lautaro, que bravucón hablando y que cobarde después ante los hechos, no sé si va a ser el próximo en morir, pero yo le doy mi voto.

  8. Uf, una matanza! Creo que el caquero sobrevivirá. A mi me me está gustando el relato y en especial esta tercera parte. Los personajes están muy bien trabajados y la historia, que toma cuerpo a través de ellos, gana en complejidad e interés… O quizá sea María la que sobreviva, al fin y al cabo tiene a Dios de su parte (o eso cree ella), este un buen aval.
    Sevemos :-)

  9. poiolus, *siempre* se puede esperar menos de vos.
    Matemáticamente demostrado, incluso…

  10. Sí, un poquito largo sí que es :P

    Gracias por tus consejos. He de decir que en este caso no ha sido por el sexo ni mucho menos. Ha habido otro tipo de problemas «externos».

    Muchas gracias por todo Poio.

    Un beso dulce

  11. Tam: ese número salió en base a una encuesta realizada entre las trabajadoras nocturnas del pueblo en el que vivo y refleja el promedio de hombres con los que se acuestan en las buenas épocas.

    Fanou: cierto, le erraste feo, más cerca estuvo Lunis. Y es cierto lo que decís de Lautaro, es tan o más cobarde que su enemigo Enrique Sosa.

    Sonámbula: gracias por los elogios, sé que los merezco :P Así que tus votos van a favor del caquero y María??? bueno, anotado. Como dice el pastor Bob: «la historia no fue escrita ya, podemos cambiar el final.»

    Negro: había algo escrito al respecto, no??? tendrías que enviarlo para sepan algo más del anfitrión de la casa.

    Dulce: sep, perdón por eso. Y me temo que el final va a ser más largo aún. Y para eso estamos los blogger amigos, para dar una mano cuando haga falta.

    sevemos

  12. Está la demostración, sí. Si la encuentro te la paso y vos la colgás donde quieras, es tu casa después de todo…

    ‘nabrazo

  13. Yo creo que Maria NO MURIO…..Cuidado…anda suelta !!!!
    Yo que el caquero me cuido un poco mas !!!!!!!!!!
    Dale Poio…..hacé que maria viva….es medio loca y puede cometer más lokuras…….eso mantiene vivo el cuento y no se va a terminar asi no mas sino de que vale tanto esfuerzo de hacerlo tan largo y con tantos personajes….!
    Que viva !! y asi la historia continua y nosotros seguimos en vilo haber que pasa con Jenny, Lautaro ,Maria y todo Pueblo Chico…..( che no es Rincon ése Pueblo no ????)
    Y dale con tus cuentos….Poio….cada dia me asombras mas……..sos un tipo que observa y piensa mucho…..sos muy observador de la gente e imaginativo…..!!! (cREATIVO, ESO SOS )))))))))))))))

  14. Anna: todo se tiene en cuenta. Cuando lo escriba veremos cuales fueron los coemtarios y en eso me vo a basar para el final de la historia. Que si Pueblo Chico tiene algo que evr con Rincón??? mmmmmmm Observo, pienso, pero imaginativo y creativo??? No. Ya lo dije, a mí las historias me las dictan, yo solo las escribo.

    sevemos


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