Tengo que confesarme fanático de los pitufos, o al menos que fui fanático de ellos. De niño no me perdía nunca un capítulo, mi pieza estaba tapizada con cuadros, posters y muñecos de los pitufos, y cuando nació mi hermana (a la que le llevo 10 años) le puse el sobrenombre que usamos todos en la familia: Pitu, en honor a la Pitufina. Y por más que me los quisieron vender como demonios, nunca lograron que descuelgue uno solo de mis cuadros de los tipitos azules.
La historia que más me sorprendió de todas las que me contaron de ellos, me llegó a los oidos en la voz de mi nona Sara y mi tía Lelé a la temprana edad de 9 ó10 años. La historia no sólo fue corroborada por mi mamá, si no que incluso me aseguraron que había sido publicada en el diario La Voz del Interior, el de mayor tirada y prestigio de Córdoba. La historia era sencilla y aterradora: durante la noche, unos muñecos de los pitufos habían cobrado vida y se habían comido a los niños de la casa. Según ellas (mi abuela, mi tía y mi vieja), al otro día los padres encontraron a sus hijos muertos y ningún rastro de los muñecos. Incluso decían que habían desaparecido los que estaban en los cuadros de las paredes.
Esta historia, más propia del cine de terror de los 80´s que de la realidad, nunca hizo mella en mí (aunque acepto que durante un tiempo miraba de reojo el cuadro de Papá Pitufo antes de dormir y si despertaba en la noche). Y así crecí, con esa demonización sobre los pitufos y preguntándome de a qué se habrá debido. Y hace un par de años encontré la respuesta: los Pitufos era una serie que fomentaba el «socialismo» como la mejor forma de gobierno y de vida. Debo aclarar que esto no mermó mi adoración por los tipitos azules (soy un eterno detractor del socialismo y el comunismo), pero sí quitó las nubes que ensombrecían una época hermosa de mi vida.
Y acá van las pautas que me hicieron llegar a esta conclusión:
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