Los Pitufos

Tengo que confesarme fanático de los pitufos, o al menos que fui fanático de ellos. De niño no me perdía nunca un capítulo, mi pieza estaba tapizada con cuadros, posters y muñecos de los pitufos, y cuando nació mi hermana (a la que le llevo 10 años) le puse el sobrenombre que usamos todos en la familia: Pitu, en honor a la Pitufina. Y por más que me los quisieron vender como demonios, nunca lograron que descuelgue uno solo de mis cuadros de los tipitos azules.

La historia que más me sorprendió de todas las que me contaron de ellos, me llegó a los oidos en la voz de mi nona Sara y mi tía Lelé a la temprana edad de 9 ó10 años. La historia no sólo fue corroborada por mi mamá, si no que incluso me aseguraron que había sido publicada en el diario La Voz del Interior, el de mayor tirada y prestigio de Córdoba. La historia era sencilla y aterradora: durante la noche, unos muñecos de los pitufos habían cobrado vida y se habían comido a los niños de la casa. Según ellas (mi abuela, mi tía y mi vieja), al otro día los padres encontraron a sus hijos muertos y ningún rastro de los muñecos. Incluso decían que habían desaparecido los que estaban en los cuadros de las paredes.

Esta historia, más propia del cine de terror de los 80´s que de la realidad, nunca hizo mella en mí (aunque acepto que durante un tiempo miraba de reojo el cuadro de Papá Pitufo antes de dormir y si despertaba en la noche). Y así crecí, con esa demonización sobre los pitufos y preguntándome de a qué se habrá debido. Y hace un par de años encontré la respuesta: los Pitufos era una serie que fomentaba el «socialismo» como la mejor forma de gobierno y de vida. Debo aclarar que esto no mermó mi adoración por los tipitos azules (soy un eterno detractor del socialismo y el comunismo), pero sí quitó las nubes que ensombrecían una época hermosa de mi vida.

Y acá van las pautas que me hicieron llegar a esta conclusión:
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Published in: on 6 junio 2007 at 21:22  Comments (56)  

El Principito

Para Tamara,
aunque no me quiera por un tiempo después de esto.

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Antes de empezar a contar esta historia debo aclararles algo: soy un yonqui de mierda. Me doy con todo lo que llegue a mis manos; vivo colocado, pero lo que más adicción me causa son los ácidos. Todo el tiempo me embarco en viajes y sueños alucinógenos. De ahí que muchos de mis conocidos me llamen «aviador». Pero el pibe este del que voy a hablar… Miren que he alucinado cosas; una vez vi una boa que se había comido un elefante y salí corriendo por miedo que me tragara a mí, y lo que tenía en realidad frente mío era un sombrero de ala ancha. Pero ninguno de mis viajes se puede comparar con los del loco éste. Nunca supe su nombre, pero siempre lo llamé «El Principito».
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Published in: on 26 abril 2007 at 16:13  Comments (29)  

Los tres cerditos

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Inauguro una nueva sala en mi casa, los «Clásicos Infantiles». Se tratan de las historias que nos contaban nuestros papis cuando eramos chicos y que después vino Disney e hizo lo que hizo con ellos. Obviamente, están contados a mí manera. Espero que les gusten. 

Había una vez tres hermanos que heredaron una fortuna en efectivo al morir su padre. El dinero fue dividido en partes iguales, y cada hermano hizo con él lo que quiso.

El más chico de los tres había nacido rodeado de lujos y vivió toda su vida sin pasar necesidades. Por ser el menor recibió también toda la atención de sus padres y siempre obtuvo de ellos todo lo que quiso. Por la misma razón, no trabajó nunca en su vida.

Como todo joven acostumbrado a la buena vida, cuando se vio con tannto dinero sólo para él, se dedicó a gastarlo en fiestas y salidas con sus amigos. Comida, bebida, mujeres, drogas; todo salía de su bolsillo. En una de estas fiestas conoció a alguien que le ofreció un negocio nada legal, pero que lo haría ganar millones en poco tiempo. Sin pensarlo mucho invirtió en ello, y tuvo réditos económicos de inmediato, pero finalmente la policía lo atrapó y cayó preso. A partir de ahí empezó a gastar el dinero en abogados, fianzas y coimas, y cuando salió de la cárcel libre de cargos, dos años después, estaba sin un peso y en la calle. No le quedó otra más que ir a padirle asilo a su hermano mayor.
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Published in: on 23 marzo 2007 at 15:40  Comments (13)